El patriotismo no abunda en Alemania. Según Der Spiegel, un periódico publicado en el capital de Berlín, “el orgullo nacional, especialmente cuando se expresa públicamente el amor o todavía un gusto leve, por Alemania es tabú.” Las camisetas con banderas tricolores de negro, rojo y amarillo que se ven en las calles son compradas solo por turistas, no por los alemanes nativos. En realidad, a causa de décadas del remordimiento relacionado a los eventos de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto a demostrar afección por el Bundesrepublik Deutschland es muy raro. Según mis experiencias con alemanes, sin embargo, la única vez cuando es aceptable apoyar la nación y sus símbolos sin ironía o cuidado es durante el Mundial.
Estudié en Berlín por seis semanas en 2014, una época que sobrepone con el inicio del torneo, y trabajé en Cape Town, Sudáfrica, durante su fin con un equipo internacional que incluyó cuatro estudiantes alemanes. Antes del Mundial, no se veía ninguna bandera en los calles residenciales. “Cambiará en pocas semanas,” nos dijo un profesor. “Tenemos una obsesión con el fútbol. Se puede determinar cuando ocurren pausas publicitarias por observar los niveles del uso del agua porque todos van al baño en una instante.”
Tuvo razón. Para cuando llegué a Cape Town había desarrollado una afección por el equipo nacional alemán y me puse contento al conocer un grupo de alemanes con quien pude mirar los partidos del Mundial. Estábamos en un bar en el centro cuando Alemania ganó el partido final contra Argentina, que ocurrió en el estadio Maracaná en Rio de Janeiro. Había perdido interés después de 113 minutos sin un gol, pero en un instante, gritos emanaron de mis compañeros y yo devolví mi atención a la televisión. Mario Götze, un jugador de 22 años, atrapó el balón con su pecho y lo pateó en la portería en una manera muy eficaz. Sus compañeros celebraron en el campo como los en el bar: con abrazos y lágrimas no característicos de una población bien conocida por su gravedad. Para ellos, el equipo fue un símbolo de su país maternal y su victoria fue evidencia concreta de su superioridad sobre otras naciones, una idea que normalmente es imposible de discutir sin recordarse de las fechorías de generaciones pasadas. Un triunfo del fútbol, en contraste, fue una experiencia suficientemente divertida que se puede celebrar sin culpa.
El día después, al orden de humor de nuestro director, los jóvenes alemanes cantaron su himno nacional por, según ellos, la primera vez.