Aaron Baum
El gol sobre el que voy a escribir no es muy notable en sí mismo. Su significado viene de las implicaciones políticas del juego, del torneo, del equipo, y del país. Era el año 1978, el final del Mundial, Argentina contra Holanda, el Estadio Monumental, Buenos Aires. El partido se fue a tiempo extra con un marcador de uno a uno, debido a un gol del delantero argentino Mario Kempes (38’) y a una igualada del centrocampista holandés Dick Nanniga (82’). Al fin del primer tiempo extra, Kempes golpeó de nuevo. Recibió un pase fuera del área de meta, la pelota rebotó en el portero, y Kempes apenas la empujó entre los dos últimos holandeses, a través de la línea de meta. Los Albicelestes anotarían otra vez para asegurar la victoria, ganando su primer Mundial.
Los fanáticos, “la banda loca de la Argentina,” celebraron. Pero el país iba a sufrir durante los años que siguieron. La realidad es que el torneo no pasó sin controversia. Por ejemplo, en su juego contra Perú, los argentinos tenían que ganar por cuatro goles para avanzar a la final, y ganaron seis a cero. Desde entonces, se habían revelados cuentas confirmando las sospechas de un acuerdo entre los gobiernos de los dos países para permitir que Argentina venciera por más que cuatro goles. ¿Por qué fue tan importante ganar? En esa época, la Argentina vivía bajo de la dictadura militar del General Jorge Rafael Videla. Este reinado de terror mató a más de 30.000 ciudadanos argentinos, disidentes del gobierno, sospechosos o reales, y sus familias. Comúnmente, funcionarios militares los secuestraron, los torturaron, y los tiraron en el Río de la Plata, creando la clasificación de “los desaparecidos.” Como dice Eduardo Galeano en su libro El fútbol a sol y sombra, “A unos pasos [del Estadio Monumental], estaba en pleno funcionamiento el Auschwitz argentino… Y algunos kilómetros más allá, los aviones arrojaban a los prisioneros vivos al fondo de la mar” (175). Esto había ocurrido desde el golpe de estado de 1976, y la gente se dio cuenta de lo que estaba haciendo el gobierno. Videla percibió la inquietud que había impregnado a los ciudadanos, y consideró esto como una amenaza a su poder. Aunque era un líder cruel, también era inteligente. Reconoció que necesitaba unir al país, y que la única causa sobre que unía a todos los argentinos fue la selección nacional del fútbol. Entonces, el Mundial le presentó la oportunidad perfecta. Ganar el torneo en su tierra natal aumentaría los sentimientos nacionalistas y distraería del tumulto difundiéndose a través del país. Con la ayuda de algunas trampas, como en el juego contra Perú, su estrategia funcionó. El gol de Kempes (y los seis goles que hizo durante el torneo) aseguró la victoria para los albicelestes, y sucesivamente para la dictadura, que sobreviviría por cinco años más. Así, vemos cómo el futbol y el nacionalismo van de la mano, y que esta relación puede tener un gran efecto sobre la política—en efecto, la historia—de un país.